martes, 24 de agosto de 2010

Mariela Barrantes Benavides.



Salimos temprano del hotel donde nos encontrábamos, mi amiga y yo habíamos decidido tomarnos unas merecidas vacaciones de playa en enero, el hotel se encontraba a la orilla de la carretera costanera, la ubicación nos dejaba ver la inmensidad de un cielo celeste despejado donde los pájaros volaban libremente revoloteándose entre las nubes blancas.

La carretera, línea divisoria de dos tipos de bellezas muy diferentes entre sí pero iguales de admirar, a un lado bosque, montañas y un ambiente húmedo, lleno de vegetación e insectos curiosos, por el otro costado de la carretera Interamericana una playa repleta de arena, palmeras y cangrejos con andar nervioso.

Era difícil llegar a imaginar que no veríamos tanta belleza en este lugar que alberga más del 2, 5% de la biodiversidad a nivel mundial, una zona rica en flora y fauna,…Osa era en ese momento nuestro paraíso terrenal.

El calor sofocante y el ki ki ri kí del gallo por el amanecer hicieron de nuestro despertar uno de los más relajantes motivos que satisfacieron nuestros deseos de descanso.

-¿Ya despertaste?- entre bostezos y aún envuelta en las cobijas le pregunté a mi amiga desde la otra cama.
Terminamos de levantarnos y enseguida le dimos pie a la aventura planteada.

Un sol resplandeciente lastimó de forma agradable mis ojos al salir de la habitación, en ese instante tuve la sensación del éxito que tendríamos al desarrollar nuestros planes.

Para más tarde, luego de un delicioso desayuno a la orilla de las piscinas emprendimos nuestro viaje hacia el bosque lluvioso tropical, nuestras vestimentas no eran las más adecuadas para internarnos en el bosque pero, aún así caminamos gustosas por los senderos naturales.

Una amable guía nos señalaba cada planta que afloraba con nuestro andar, su significado y la importancia de aquel lugar tan verde y lleno de vida.

A la mañana siguiente nos dirigimos a la otra parte emocionante de nuestra travesía, ya en la entrada principal de aquellas instalaciones rústicas del hotel estábamos preparadas para abordar la buseta que nos llevaría hasta un pequeño puerto en la playa, lugar donde comenzaría la segunda parte del Tour.
Nos emocionaba mucho más la idea de tener el placer de ver las ballenas, y ahí estuvieron, la conmoción llenó de luz las miradas de los que abordamos la embarcación.

Recuerdo los gritos de una mujer antes de presenciar la visita tan esperada de las ballenas.

-¡Miren por allá!, ¡Miren allá!- la mujer, animada señaló hacia el horizonte y en seguida todos con miradas curiosas y una sonrisa en la cara volteamos a ver el espectáculo.

Logramos avistar a dos de estos inmensos mamíferos de agua salada. O por lo menos lo que pudimos ver de esas ballenas, porque sus colas fueron las protagonistas de aquella mañana.

De vuelta al hotel lo único de lo que se oía hablar a los turistas era de aquel momento que la naturaleza nos regaló, instantes llenos de vida que no se borrarán de mi mente.

La experiencia fue completa, unos juguetones delfines revolotearon el mar como si quisieran jugar con nosotros, mostrando sus maromas acuáticas estos aerodinámicos mamíferos aportaron el toque de gracia al recorrido.